miércoles, 8 de septiembre de 2010



Las Ruinas Jesuiticas



Ruinas

Politica



La política guarani obedecía a su propia lógica, la cual fomentaba la unificación de las tekuas o aldeas (de hasta 300.000 habitantes) en volátiles alianzas que perseguían como fin último no sólo el control de los recursos del ecosistema selva sino también la búsqueda de la Tierra Sin Mal. Tanto la figura de los karaí o profetas pan-guaraníes (no adscriptos a una tekua en particular sino a la "nación" en general) como la búsqueda de la tierra sin mal, fueron dos rasgos de la cultura guaraní que los jesuitas supieron aprovechar. Ellos también eran como los karaí (con los que compitieron durante los primeros años) portadores de una nueva: el "Camino al Paraíso" era compatible con el Aguyé o camino de la perfección guaraní con destino a la Tierra Sin Mal. Y una forma de lograrlo era la unificación bajo la protección de las leyes de la corona de las que los jesuitas eran garantes. Los guaraníes también supieron aprovechar este hecho frente a la creciente expansión del frente colonial hispano-portugués.


De allí que los líderes políticos de muchas tekuas aceptaran levantar símbolos de protección divina y jurídica (las iglesias) y aliarse en definitiva con lo que la Compañía de Jesus representaba. Otros líderes por el contrario se mantuvieron en guerra y continuaron el ciclo de enfrentamientos con sus propios connacionales; recordemos que para un guaraní, no hay nada mejor que (comerse a) otro guaraní. Porque sólo los guaraníes son capaces de acumular energía para llegar a la Tierra sin mal.


Si por un momento abandonamos la concepción de la política guaraní, y nos centramos en el modo en que los europeos visualizaban la organización de las misiones, veremos como el sistema político imperante mantenía a las reducciones estrictamente subordinadas al monarca español, quien ejercía su autoridad en América por medio de las Reales Audiencias de Lima y Buenos Aires.


Por ello los jesuitas recurrían permanentemente al rey, solicitando autorizaciones o pedidos varios, favores y hasta privilegios. En algunos casos las solicitudes se dirigían a las Audiencias y a los Gobernadores.


Como gobierno local, en cada reducción funcionaba un Cabildo precedido por el corregidor, que era además la autoridad principal del pueblo, conocido entre los guaraníes como parokaitara, "el que dispone lo que se debe hacer". Era confirmada su elección por el gobernador y generalmente el elegido era uno de los caciques del pueblo y solía ser a perpetuidad.


Otras autoridades eran los alcaldes de primer voto y segundo voto (también llamados ivírayucu, "el primero entre los que llevan vara"). Ellos velaban por las buenas costumbres, castigaban a los holgazanes y vagabundos y vigilaban a los que no cumplían sus deberes. Esta autoridad se ejercía dentro del pueblo, junto con cuatro alcaldes de barrio, fuera de el había entre seis y ocho comisarios para los cuarteles. Una veedora vigilaba a las mujeres, cuatro celadores a los niños y cuatro inspectoras a las niñas.


Además del corregidor y los alcaldes, el Cabildo estaba integrado por un teniente de corregidor, un alguacil, cuatro regidores, un alguacil mayor, un alférez real, un escribano y un mayordomo, del cual dependían los contadores, los fiscales y los almaceneros. Los integrantes del Cabildo eran electos cada 1 de enero por los que dejaban el cargo en una asamblea general y puestos a consideración de los sacerdotes y luego a confirmación del gobernador.


Los regidores se encargaban de inspeccionar el aseo y la limpieza en los lugares públicos y privados, controlando también la concurrencia de los niños a la escuela y el catecismo.
El alguacil era quien se debía encargar de ejecutar las órdenes del Cabildo y de la justicia.

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